La gente tiene musas, es lo normal. Son gráciles, delicadas y caen desmayadas por las esquinas. Musas, siempre vienen bien. En cambio, yo debo aguantar a un muso barrigudo y socarrón que pasa las tardes apalancado en el sofá mientras se bebe mi cerveza.
Su única lírica son chistes obscenos y siempre lleva ese ridículo tutú. Ha arruinado mi carrera. Me ha distanciado de mis amigos, que no lo soportan. Y me vacía la nevera. Ni siquiera puedo pedirle consejo, porque la última vez que le comenté que tenía una cita se limitó a enumerar una lista de sustancias que, echadas en la bebida, podían hacer soñar.
18/12/06
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